- Articulo publicado por nuestro presidente Agustín Gavin en la revista www.elpollourbano.es
A principios del mes de marzo estuvimos en el Líbano y son ya seis años atendiendo varios campos de refugiados de la guerra en la vecina Siria. La mayoría de ellos llevan allí doce años y su situación, como la de los propios libaneses va empeorando en proporción geométrica. La última vez, hace año y medio, aún se veía flujo de población en mercados, restaurantes, incluso de ocio en algunas ocasiones en hoteles.
Pocos, pero quedaban bancos abiertos con un horario normal, ahora los horarios son reducidos, y los cajeros automáticos están llenos de polvo, hojas secas e incluso se nota que han sido utilizados para dejar vasos de plástico y botellas de agua de tiendas cercanas como barras improvisadas de tertulias tomando café.
Por la noche se veían luces en las casas y era fácil distinguir los niveles económicos, las velas delataban a los más pobres y los de más nivel tenían luz proveniente de generadores. Ahora todo está reducido a mínimos, ya no hay atascos de tráfico, la luz se va con mucha frecuencia, en las gasolineras que quedan abiertas no hay colas y en todas está racionado el combustible, priorizando los vehículos estatales y de sanidad, a partir de las siete de la tarde la oscuridad es deprimente.
Los campamentos no recibían ayuda desde hace cuatro meses. Los servicios sociales libaneses hace tiempo que no pueden atender al más de millón y medio de refugiados que quedan en una población de cinco millones de personas y muchas organizaciones internacionales han reducido su ayuda. Ahora ya es obligatorio por ley repartir ayuda humanitaria también a los propios libaneses y es que el sistema se está hundiendo, está cada vez más cerca de llegar a un estado fallido, aunque su reciente historia pueda indicarnos lo contrario, los libaneses acaban saliendo a pesar de las guerras civiles y de invasión que han sufrido.
El ochenta por ciento de la población está en el umbral de la pobreza y la economía, con un corralito galopante, ha llevado a la dolarización de la libra libanesa. En muchos supermercados y tiendas de barrio los precios están en dólares y el Banco Mundial alerta de que los índices económicos son de los peores del mundo, la gente va a comprar con billetes en bolsas de plástico, hay que llevar muchos para hacer una mínima compra debido a la inflación. La devaluación de la libra libanesa estando nosotros llegó al ochenta por ciento.
La economía del país se había sustentado hasta hace poco en los ingresos de la diáspora fundamentalmente, la agricultura, el turismo y el comercio con países vecinos. Se ha dado el caso de padres de familia que han procedido a atracar bancos para poder recuperar el dinero que les mandan sus familiares del extranjero, ya se sabe que allí todo el mundo tiene armas después de las guerras que han sacudido el país. La luz se corta desde las diez hasta las trece horas como mínimo en todo el país. Lógicamente en hospitales y en centros de salud se tira de generadores, que por cierto han disparado el mercado negro al igual que las placas solares. La carretera que va de Beirut a Damasco que pasa por el valle de la Bekaa, con algunos tramos paralizados de lo que iba a ser una gran autovía, apenas tiene circulación comparada con la que vimos hace seis años en nuestro primer viaje y con la de hace año y medio y es que no hay casi combustible y ese es el motivo que se paralicen de vez en cuando las centrales eléctricas.
Precisamente es en el valle de la Bekaa en la provincia de Zhalé y en Chtoura donde están ubicados desde el comienzo de la guerra unos cuatrocientos mil refugiados en tiendas de campaña la gran mayoría. Algunos con suerte durante este tiempo han encontrado trabajo, hay muchas viudas de guerra que se han casado con libaneses o lo que es más preocupante chicas refugiadas muy jóvenes que utilizan ese método para salir de los campamentos y mejorar su calidad de vida poniendo en duda las relaciones afectivas. Lamentablemente todo esto está produciendo brotes de xenofobia en un país acostumbrado a los enfrentamientos sectarios y que algunos desaprensivos de la clase política utiliza a los refugiados como arma arrojadiza electoral.
Hemos repartido un bidón de diez litros de gasoil y una caja de comida por familia comprados a precios, como decíamos antes, exorbitantes. El combustible se agota enseguida porque el calor no se retiene en las viejas jaimas de arpillera o de plástico que ACNUR puso en su momento, una garrafa de gasoil apenas dura dos meses estirándola mucho. Se ven campamentos con algunos espacios entre tienda y tienda vacíos, los propietarios del terreno evitan que se instalen nuevas familias en un intento de recuperar sus terrenos y volverlos cultivables y eso que se pagan altos alquileres de ese espacio mínimo de habitabilidad y es que son doce años.
También hemos tenido noticia de la entrada por el norte del país de damnificados sirios del reciente terremoto de Turquía que vergonzosamente no se les ha atendido ni por parte de Turquía ni de Siria impidiendo además el paso de las organizaciones humanitarias internacionales y es que son las bolsas que quedan del conflicto en la región que todavía controlan o insurgentes sirios o kurdos la gran excusa del presidente turco Erdogan y de su homónimo al Asad, que virtualmente ya ha ganado la guerra con la ayuda rusa. En las regiones de Idlib, Alepo o Lakatia se ha cumplido el dicho futbolístico de al enemigo ni agua.
Y es que Líbano sigue siendo el tablero donde se juegan intereses ajenos. Son los países del entorno los que históricamente han desestabilizado el Oriente a través del Líbano como continúan haciéndolo Israel y su enemigo del alma Irán, sin descontar Siria, aunque por ahora no está para jugar en el tablero. Recientemente se ha sumado a la partida Arabia Saudí con sorprendentes acuerdos con antiguos adversarios como Israel, limando desencuentros con otros países del Golfo Pérsico para, entre otras cosas, poner una cortina en su patio trasero: la guerra del Yemen, una guerra que ya dura ocho años. y además con el permiso de EEUU, a quien le viene muy bien el marcaje de Riad a Teherán, se ha erigido en gendarme en el Oriente y por si fuera poco está metiendo sus zarpas de diplomacia agresiva en el propio Líbano, que por cierto sigue sin presidente, a través de partidos políticos y campañas electorales.
La población civil está encolerizada con sus dirigentes que pactan según fluctúan sus intereses de expolio de la economía. Llegan acuerdos de Herzbola con partidos cristianos, cualquier día hasta se pondrán de acuerdo con los partidos sunnís si eso conviene al uno por ciento de la población que controla la riqueza del país.
Hace tres años la gente se echó a la calle porque querían poner un impuesto gubernamental al uso del whatsaap y se volvió a echar a la calle después de la explosión del almacén que destrozó el puerto de Beirut hace tres años dejando más de doscientos muertos. Hace un año y medio fuimos testigos de enfrentamientos por la exigencia de responsabilidades que causaron tres muertos, asunto que aún colea. Y para colmo de males han aparecido a catorce kilómetros de donde nos encontrábamos varios casos de cólera llegada a través de refugiados sirios. En los ambulatorios no dan abasto para tomar medidas preventivas y es que la gente no tiene dinero para comprar medicamentos. Mientras tanto, la comunidad internacional ha aflojado su interés y parece que sólo exista la guerra en Ucrania.
Como ya hemos repetido en varias ocasiones y parafraseando a un politólogo francés, si alguien te explica la situación en el Líbano y lo has entendido es que te lo ha explicado mal, quizá ahora esta frase se podía extender a todo el Oriente.